La apropiación de un concepto para su utilización indiscriminada suele ocultar más de lo que pretende iluminar.
Recientemente en un artículo de The Guardian, “El lado serio del mansplaining se ha perdido”, Rebecca Solnit expresó su preocupación por el uso indiscriminado y fuera de contexto de esta idea.
Recordemos que usamos este anglicismo para referirnos a situaciones dónde los varones asumen posiciones condescendientes frente a las mujeres y les explican cosas sobre las que estas saben mucho más y mejor. El concepto surge a partir de un libro de Solnit “Los hombres me explican cosas” del 2014 que se inicia con la hilarante historia de un señor que en ocasión de compartir una cena de trabajo con la autora, dedicó buena parte de la conversación a explicarle un libro que ella misma había escrito.
Varios años después de esta publicación, Solnit en la columna del diario inglés señala algo que comúnmente perdemos de vista al usar el concepto tan rápidamente. Se refiere a las condiciones contextuales que habilitan estas conductas y que muchas veces están determinadas por el género, pero esta no es la única dimensión que interviene, o no siempre.
Lo que señala muy bien Solnit en su columna es que lo que posibilita la “explicación” sesgada es la relación de poder que se establece entre quienes están interactuando. Es decir, qué palabra tiene más valor, quién “sabe” más, quién tiene la autoridad, a qué jerarquización de poder se apela. Allí no sólo el género, sino también la clase y la raza, la etnia, la edad, tienen un impacto diferencial.
Pensemos en el sistema de salud, muchas veces los médicos – y las médicas también-creen que no es necesario explicarnos los detalles de procedimientos, decisiones, medicación indicada, porque no entenderíamos. Se pretende implícitamente que aceptemos esa autoridad. En esa relación la palabra de quién padece está devaluada, pero si quien consulta es una mujer pobre y con poca educación, esa palabra vale aún menos.
Cómo circula la palabra, a quién le creemos, a quién escuchamos, cómo entendemos lo que se nos dice está intrínsecamente definido por las dimensiones de identidad. Mujeres, infancias, diversidades sexo-genéricas, personas racializadas, pobres, tienen su palabra devaluada. Eso tiene un impacto gigante cuando deben enfrentar procesos en el sistema educativo, judicial, de salud, en el sistema económico. No se les cree, o se les cree menos, no son confiables, por consiguiente se duda de su denuncia, de su síntoma, de su capacidad, de su responsabilidad.
Entonces, una vez más, la pregunta es: quién tiene el poder de explicar y quién es explicado.
Rebecca Solnit (2014) Los hombres me explican cosas. Fiordo Editorial.