Los PRIVILEGIOS de PERTENECER

Más allá de la ficción: quién limpia, quién cuida y quién paga los costos de cuidar.


Hay algo profundamente inquietante y, al mismo tiempo, atractivo en el auge de series como Los secretos que ocultamos, Las cosas por limpiar y, en otro tono,Viudas negras. Detrás del suspenso, el drama o el humor negro, estas ficciones despliegan historias que tienen un punto en común: la vida en barrios suburbanos, cerrados, donde las apariencias ocultan tensiones latentes. En Los secretos que ocultamos, la armonía del country esconde vínculos violentos y pactos de silencio. En Las cosas por limpiar, el trabajo precario y las tareas de cuidado no remuneradas atraviesan la historia de una joven madre que limpia las casas de otros para sobrevivir. Y en Viudas negras, la sátira pone en evidencia los privilegios, prejuicios y contradicciones de una élite que vive de alguna manera, aislada.

Lo que aparece en la pantalla muchas veces, además del entretenimiento, muestra una radiografía de cómo se organizan el poder, el trabajo y la vida social con sus desigualdades. Nos muestran que la comodidad de algunas personas se sostiene, muchas veces, sobre la invisibilización y la explotación laboral de otras, en estos casos mujeres. Y es en esa tensión donde queremos poner el foco: ¿qué hay detrás de los cercos? ¿Quién cuida, quién limpia, quién sostiene el orden y el confort?

El retiro a los countries y barrios privados no puede leerse solamente como una respuesta a la inseguridad, implica también una forma sofisticada de segregación. En nombre de la tranquilidad y la protección, se consolidan enclaves homogéneos que refuerzan una lógica de «nosotros adentro / los otros afuera», y que obstaculiza el contacto con otras realidades sociales. Los mundos homogéneos refuerzan sesgos y prejuicios y provocan un desapego creciente respecto de los problemas que tenemos en común.

Como muestran investigaciones recientes, ese aislamiento no es neutro. Limita la formación de ciudadanía, fragmenta el tejido social y consolida una visión privatista del mundo donde los problemas colectivos se perciben como amenazas externas. La indignación de algunas residentes ante la serie «Viudas Negras», acusando a la tira de «estigmatizante», evidencia la falta de registro de los privilegios y de las responsabilidades frente a la desigualdad. 

Los cuidados cómo línea de fractura

Pero más allá de las urbanizaciones y sus efectos, hay un punto clave que atraviesa todas estas historias: el trabajo de cuidados. Ese que se hace en silencio, todos los días, y que casi siempre recae en mujeres. En Argentina, las mujeres realizamos el 92 % del trabajo doméstico no remunerado. Y cuando ese trabajo se terceriza casi siempre recae en otras mujeres, de menores ingresos, muchas veces migrantes y en condiciones de informalidad.

Los datos son contundentes. Las mujeres jóvenes enfrentan tasas de desempleo que duplican el promedio general. A igual trabajo, ganan en promedio un 22,6 % menos que los varones. En el sector del servicio doméstico, uno de los más feminizados,  tres de cada cuatro trabajadoras no están registradas. Y aun aquellas que logran insertarse en el mercado formal, cargan con la famosa «doble jornada»: tareas afuera y adentro del hogar. Trabajo pago y trabajo invisible.

La feminización de la pobreza no es un eslogan: es una realidad medible. Y tiene mucho que ver con cómo se distribuyen (o no) las tareas del cuidado. Porque incluso en los hogares con mayor poder adquisitivo, donde se puede pagar por la ejecución de esas tareas, la responsabilidad mental, la planificación y el seguimiento siguen recayendo en las mujeres. Esa carga invisible, la «carga mental», también es trabajo.

Pensar en ciudades más justas, en comunidades menos fragmentadas, exige hablar de cuidados, de desigualdades y de distribución del tiempo y del trabajo. Exige también salir de la lógica del refugio privado y del «sálvese quien pueda», para volver a imaginar lo público como espacio de encuentro, de corresponsabilidad y de derechos.

Las ficciones que consumimos dicen mucho de lo que nos importa. Por eso mismo pueden abrir preguntas, disparar debates, hacernos mirar con otros ojos aquello que naturalizamos. Los cuidados no son solo un problema de las mujeres: son el centro del debate sobre la sociedad que queremos construir.

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