
Piglia al hablar de la obra de Saer me llevó a pensar la amistad como un tejido de encuentros, afectos y conversaciones que nos sostienen en el tiempo. De Gornick a Ferrante, de Pavese a Ginzburg, la literatura nos recuerda que cada amistad tiene su tono, sus pausas y sus lugares: bares, calles, charlas que vuelven una y otra vez. La amistad es nuestro mapa personal, hecho de memorias, encuentros y charlas compartidas.
“Digamos entonces que la amistad es uno de los núcleos centrales de la narrativa de Saer. El grupo de amigos que se encuentran para charlar y discutir es el tejido básico sobre el que se traman las historias. La amistad funciona en Saer como la familia en Faulkner: define la forma de la narración porque permite enlazar personajes diversos en situaciones distintas a lo largo del tiempo. La estructura abierta de la narración reproduce el juego de encuentros y desencuentros entre los amigos. Hay tensiones, rupturas, reencuentros, historias antiguas, nuevas versiones. Ahí debemos ver la presencia de Pavese en la obra de Saer. En las grandes nouvelles del autor de La casa en la colina, los amigos pasan el tiempo conversando y vagando hasta el alba por una ciudad de provincia.” R. Piglia
La cita de Ricardo Piglia sobre la amistad en la obra de Juan Jose Saer fue la chispa para este Voces de septiembre. Piglia, Saer y también Cesare Pavese, un escritor que me fascina, nos invitan a pensar en los temas que sostienen la amistad: las conversaciones, los afectos, las voces y los vínculos. Temas a los que volvemos una y otra vez en nuestro Voces en Red.
Como señala Piglia, la amistad es un núcleo central en la narrativa de Saer, un tejido que enlaza a personajes diversos a través del tiempo. Los amigos conversan, discuten, se reencuentran y, en ese vaivén, tejen historias. Es la misma dinámica que Pavese retrató en sus novelas, donde los amigos y amigas vagan y conversan hasta el alba por una ciudad de provincia.
La cita de Piglia me llevó a pensar en mis propias conversaciones, en bares hasta altas horas de la madrugada (un hábito muy frecuente en mi juventud); en mis caminatas por las sierras o por la costanera de Vicente López; en la sobremesa del domingo familiar; o, más cotidianamente, en los almuerzos de oficina. Esas charlas con amigas y amigos forman un tejido flexible, una red sutil donde las palabras van armando nuestro mapa, nuestra memoria compartida.
Las tipologías de la amistad según Gornick
Vivian Gornick, en su libro La mujer singular y la ciudad, le dedica mucho tiempo a reflexionar sobre el tema y afirma que durante siglos la amistad se concibió como un lazo orientado a destacar la mejor versión de una misma: la persona amiga era vista como alguien virtuoso que despertaba la virtud en la otra persona. En cambio, en la cultura contemporánea, marcada por lo terapéutico, lo que sostiene la amistad no es la aspiración a la excelencia, sino la posibilidad de compartir con franqueza nuestras fragilidades y emociones más incómodas. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, hoy lo que buscamos en la amistad es sentirnos reconocidos en nuestra vulnerabilidad, incluso en nuestros defectos, bajo la ilusión de que somos aquello que confesamos ser. Me gusta el fino escepticismo: «la ilusión de que somos aquellos que confesamos ser».
Con su habitual lucidez, Gornick distingue sarcásticamente dos tipos de amistades: aquellas en las que las personas se animan mutuamente y aquellas en las que ya deben estar animadas para poder encontrarse. En las primeras, “hacemos un hueco para vernos”; en las segundas, “buscamos un hueco en la agenda”. Estoy segura de que estas categorías nos resuenan y nos hacen pensar dónde encajan nuestras propias relaciones.
Me interesa cuando argumenta en relación con el “ciclo de mantenimiento” de las amistades, esa pausa entre encuentros. Ella mide la intimidad y sostenibilidad del vínculo, por la brevedad de ese ciclo, según cree las relaciones más cercanas requieren de encuentros frecuentes. Reconozco que tengo amigas con las que puedo pasar meses sin hablar, pero cuando nos reencontramos, la charla fluye como si el tiempo no hubiera pasado.
Retrato de un amigo
A raíz de Pavese busqué el ensayo de Natalia Ginzburg, Retrato de un amigo (forma parte de los ensayos recogidos en «Las Pequeñas Virtudes») donde traza un perfil del escritor piamontés y, al mismo tiempo, de la ciudad de Turín. La analogía entre el amigo y la ciudad me emociona cada vez que la releo:
“Cuando volvemos a nuestra ciudad, nos basta atravesar el atrio de la estación y caminar en la niebla por los paseos para sentirnos como en nuestra casa; y la tristeza que nos inspira la ciudad cada vez que volvemos a ella está en este sentimiento nuestro de encontrarnos en casa y de comprender, a la vez, que ya no tenemos razones para estar en nuestra casa.” N. Ginsburg
Algo de esto me ocurre cuando regreso a mi ciudad natal, Río Cuarto. Sus calles todavía me devuelven imágenes de recorridos, encuentros, bares, conversaciones, amores y amistades que ya no están. Nos encontramos en casa, pero definitivamente ya no es nuestra casa.
Para Gornick, como también para Ginzburg, la amistad se define por la conversación: con Pavese, incluso los diálogos más breves eran un estímulo. Ambas autoras coinciden en algo esencial: no hay amistad sin ciudad (espacio) ni sin conversación (tiempo). El vínculo se ancla en los lugares recorridos y en las palabras dichas, incluidas las que quedaron pendientes. La amistad, así, es un mapa personal: un itinerario de calles, bares, charlas y memorias que nos constituyen y nos acompañan.
Las amigas «geniales»
Elena Ferrante, en otro tono, el de la novela, muestra en Una amiga estupenda, la amistad en su potencia y crudeza. Su obra retrata el vínculo entre mujeres con sus ambivalencias: admiración y rivalidad, ternura y furia. Nos recuerda que la amistad no es un refugio idealizado, sino un espacio donde también laten los enojos, las rivalidades, los celos, las emociones más humanas. Mientras narra los devenires de esa relación, retrata la historia de Italia en la segunda mitad del siglo XX. Estupenda, “la” Ferrante. Si no leyeron la saga, y si la leyeron también, recomiendo la excelente adaptación como serie televisiva (3 temporadas) que se puede ver en HBO
Cada una de nuestras amistades remite a tiempos y experiencias diversas. No son inalterables: nos transforman y se transforman en cada etapa de la vida. Se pierden viejas relaciones y surgen nuevas. Pienso en uno de mis grupos de WhatsApp llamado “Amigas hace dos minutos”, y es literal, y en otro, “Volver al Futuro”, con amigxs que conozco hace más de cuarenta años. La amistad crece con los años, con la conversación y la memoria, pero también nos implica en los vínculos recientes que nos sostienen en lo cotidiano.
Al final, como en la mejor literatura, la amistad traza un mapa de experiencias que nos sostiene en el tiempo y en el espacio de la vida.