
Imagen Train Nigel Van Wieck
Tendré los ojos muy lejos y un cigarrillo en la boca (…)
Cuando ya me empiece a quedar solo
Charly García
Hay canciones que nos suenan en la cabeza, una y otra vez, sin pedir permiso. Hace unos días, leía en el diario español El País una nota sobre los crecientes niveles de soledad que se registran en distintos lugares del mundo. Inmediatamente, lo relacioné con una columna de Tamara Tenenbaum en el DiarioAR, en la que reflexiona sobre la soledad como resistencia. Así recordé esta vieja canción de Charly García, que me resuena una y otra vez como un loop… un loop emocional. ¿Qué significa “quedarse sola/solo”? ¿Es una pérdida, un síntoma o, a lo mejor, una elección?
En una época en la que estamos casi obligados a estar conectados, rendir, producir y mostrarnos —todo el tiempo y en todas partes—, la soledad tiene muy mala prensa. Se trata de algo que hay que evitar a cualquier precio, algo que hay que explicar. Muchas veces se llega al diagnóstico e implica un tratamiento. En su columna semanal, la siempre inteligente Tamara Tenembaum, mientras repasa la obra de la escritora surcoreana Han Kang (Premio Nobel de Literatura 2025), se hace un par de preguntas que invita a revisar cómo y por qué en algunas circunstancias elegimos quedarnos solas o solos. ¿qué pasa si invertimos el planteo? ¿Y si esa retirada del mundo no fuera sólo consecuencias no deseadas de nuestras relaciones con la tecnología, sino también una señal de época? ¿Una forma silenciosa —y profundamente humana— de decir: así, no quiero más?
La nota que leí en El País me llevó a Derek Thompson, editor de The Atlantic, el periodista plantea en un artículo reciente ( leer aquí) que muchas personas en Estados Unidos y como en otros países están atravesando una “epidemia de soledad autoimpuesta” que está transformando las relaciones, los modos de pensar y las formas de estar en el mundo. Se refiere a esta etapa como “el siglo antisocial”
Cuando se refiere específicamente a la situación en EEUU, asegura que el cambio no es sutil. Bares que solían ser espacios sociales hoy funcionan como puntos de entrega de comida rápida. Ya nadie se queda a conversar. Nadie cruza palabra. El consumo reemplazó al encuentro. La comodidad y el aislamiento parecen ir de la mano. En su análisis, como consecuencia de esta nuevas formas de socialidad, desaparecen los vínculos intermedios: los saludos al vecino, las charlas con el mozo, el interactuar con desconocidos que por una rato se convierten semejantes con los que podemos conversar.
No estoy segura de que la situación descripta por el diario norteamericano sea equivalente a la situación en nuestro país. No es tan fácil disponer de datos confiables sobre estos temas, pero podemos sospechar que existe una creciente sensación de aislamiento y malestar social en Argentina. Sin embargo, una encuesta de Voices Research en 2022 reveló que 6 de cada 10 argentinos dicen sentirse solos “con frecuencia” o “a veces”, y un 40% reconoce haber reducido sus vínculos presenciales desde la pandemia.
Cuando el silencio se vuelve resistencia
En este contexto, resulta especialmente potente la lectura que propone Tamara Tenenbaum sobre La clase de griego, de Han Kang. En su columna de el Diario.ar Tenenbaum reflexiona sobre las mujeres que protagonizan las novelas de la escritora surcoreana: mujeres que dejan de hablar, de comer, que se “retiran” del mundo sin explicaciones. Lo interesante es que la columnista no ve a esos personajes como víctimas, sino que su comportamiento lo interpreta como una forma radical de rebeldía.
“Han Kang no niega que estas mujeres estén enfermas, pero no pone el acento en la salud mental, sino en que estos trastornos funcionan como una manera impulsiva y violenta de sustraerse de la realidad.” Tamara Tenembaum
En un mundo saturado de estímulos, palabras, imágenes y consumo sin pausa, quizás dejar de hablar, dejar de comer o simplemente desaparecer un rato no sea (sólo) una enfermedad, sino también una forma extrema de decir basta. Una resistencia frente a la sobreexposición, al mandato de estar bien, de mostrarse todo el tiempo. Una forma de locura, sí. Pero también, tal vez, una forma de lucidez.
Tenenbaum también señala el contraste entre estas “locas silenciosas” y otra figura contemporánea: la del sujeto sobreadaptado, el que quiere estar en todas, que lo publica todo, que no se quiere perder nada. Influencers, profesionales multitaskers, adictos a la hiperproductividad. Los que ya no tienen luz detrás de los ojos, dice ella, ni intimidad ni pausa.
Y en ese contraste algo se enciende: quizás no estemos tan bien si lo único que sabemos hacer es seguir funcionando, seguir mostrando, seguir participando. En esos casos tal vez el silencio también tenga algo que enseñarnos.
Volviendo a Thompson, él también sugiere que el desenganche masivo de muchas personas jóvenes no es producto de una falla individual, sino de un agotamiento cultural: el alto costo de la vida, las deudas, la incertidumbre climática, la sobreestimulación digital, los vínculos frágiles. “Quizás no es que la gente se esté rindiendo —dice—, sino que ya no quiere jugar este juego”. Frente a eso, la soledad puede ser un síntoma… pero también una estrategia de supervivencia. O incluso un modo de reclamar una forma distinta de estar en el mundo.
Volviendo a Charly: ¿y si empezar a quedarse solo no fuera un síntoma de decadencia, sino una señal de necesidad? ¿Y si algunas soledades no fueran patológicas, sino formas de autocuidado o incluso de protesta?
La pregunta sigue abierta. Pero quizás no se trate de evitar la soledad a toda costa, sino de recuperar formas significativas de encuentro, esas que no necesitan likes ni filtros ni algoritmos. Un café compartido. Una charla sin apuro. Un “¿cómo estás?” con tiempo para escuchar la respuesta.
Nos despedimos con otros versos de Charly de su MAQUINA PARA SER FELIZ: ‘Prende y se apaga sola / Sale después de hora / Hay tanta gente sola / Hoy tanta gente llora», así nos cuenta de un mundo hiperconectado pero a la vez lleno de soledad. Charly Garcia nuestro gran poeta nacional.
Porque lo contrario a la soledad no es el ruido. Es el vínculo.